
Busco un libro y no lo encuentro.
No sé el título o si en él está.
Camino y pregunto.
Poca gente lo tiene;
otras ¡ni lo conocen!
Algunas más ya lo han pedido.
Tal vez éste sea mi caso,
aunque no recuerdo me ocurriese
ni tampoco sé si quedó en el pasado.
Más bien nunca lo he tenido,
pues si acaso lo tuviera
lo tendría siempre a mi lado,
pondría el mejor esfuerzo de mi parte
para tratar con su autor,
yo su lector.
Ese libro del que indago
del que usted es escritor,
no se lleva bajo el brazo
ni se hospeda en bibliotecas,
sino que está depositado en el “sitio” alma.
Y si uno tiene o de muchos se rodea,
no los pierda, procúrelos,
aumente sus páginas amenas,
enmiende las rotas y corrija las erróneas.
Ese libro del cual hablo
donde usted es personaje,
quizá usted ya lo ha tenido,
lo haya hojeado varias veces
o consultado con agrado;
y tal vez y de su parte,
incluso haya agregado espirituales rasgos.
Al que llamo Libro sin bautizo
y que usted y yo debemos mantener,
alimentar, ser constantes, leales,
afligirnos en su pena y la misma consolar,
reír con su alegría y de la misma disfrutar;
hoy lo llamo, lo busco y le pregunto:
¿sabe usted, señor extraño,
dónde el libro “Amigo” está?
Sentencias breves, 1991
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