Dos discursos venezolanos y un petrolero incautado
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Columna de opinión escrita por Rafael Cardona para el diario La Crónica de Hoy
Viernes 12 de diciembre de 2025
Rafael Cardona
Finalmente, el comité Nobel del Premio internacional de la paz no pudo entregarle la presea a María Corina Machado. Obligada al clandestinaje por la dictadura venezolana, envió a Oslo a su hija Ana Corina Sosa, quien recibió el premio. Pero sus palabras sí llegaron en un largo y conmovido discurso sobre la libertad, la violencia de Estado, la agonía democrática y la usurpación del poder nacional de su patria.
“...Desde 1999, el régimen se dedicó a desmantelar nuestra democracia: violó la Constitución, falsificó nuestra historia, corrompió a las Fuerzas Armadas, purgó a los jueces independientes, censuró a la prensa, manipuló las elecciones, persiguió la disidencia y devastó nuestra biodiversidad (¿le suena conocido?)
“La riqueza petrolera no se usó para liberar, sino para someter. Se repartieron lavadoras y neveras en televisión nacional a familias que vivían sobre pisos de tierra, no como símbolo de progreso, sino como espectáculo. Apartamentos destinados a la vivienda social se entregaban a unos pocos como recompensa condicionada a la obediencia.
“Y entonces llegó la ruina: una corrupción obscena, un saqueo histórico. Durante los años del régimen, Venezuela recibió más ingresos petroleros que en todo el siglo anterior. Nos lo arrebataron todo”.
El discurso de Corina Machado, cuyo contenido implica una síntesis de los años recientes en la historia de Venezuela, fue obviamente silenciado en Caracas y en los salones del poder en países amigos de la dictadura. Usted sabe cuáles. Pero en contraste tuvo repercusión internacional en medio de un entorno particularmente complejo.
Por una parte, la presión estadunidense cuyo alharaquiento y pendenciero presidente, sin llegar a más, no se atreve (o no puede) a desplegar una verdadera intervención definitiva y se agota en el hundimiento inútil de chalupas y el cierre del espacio aéreo sin mayor consecuencia, en una estrategia dubitativa cuyo golpe mayor ha sido la incautación del buque petrolero “Skipper” sin respuesta alguna por parte del dictador, más allá de la palabrería.
Y --por la otra-- la consolidación del discurso del populismo heroico (ahora heroico), de la Revolución Chavista Bolivariana en su versión más rupestre, si eso fuera posible: denunciar a gritos un acto de piratería internacional y un robo descarado. ¿Y?
“...No nos han sacado, con su terrorismo sicológico, ni un centímetro del camino correcto donde debemos seguir andando siempre-dijo Nicolás Maduro este miércoles pasado --, jamás, sea la circunstancia que nos toque vivir, jamás nos van a sacar del camino de construir la patria potencia que se merece este pueblo, no nos podrán sacar jamás”.
¿También la eternidad del pueblo invencible en el poder le suena conocida?
Lo anterior, dicho ante miles de militantes del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) fortalece el sentimiento de defensa nacional al cual hábilmente la dictadura se ha acogido ante los rasguños de Donald Trump.
“Aseguró Maduro (ese mismo día, dice la prensa), que el pueblo venezolano está listo para luchar por la patria y precisó que durante las jornadas de alistamiento y entrenamiento voluntario se alistaron y prepararon más de 6 millones 200 mil milicianos y milicianas”.
Mientras, el sector principal de su estabilidad en el poder, el Ejército, ha declarado de esta manera en voz de Vladimir Padrino López, ministro de la Defensa.
“--Concurrimos a este acto de reconocimiento, reafirmación de lealtad y juramento que exalta las bases fundamentales en que descansa la organización militar, como son la disciplina, la obediencia y la subordinación”.
Obediencia, subordinación y leva de seis millones 200 mil milicianos.
Y Trump... en el “shadow boxing”, sin tirar el golpe, mientras la única consecuencia internacional visible –además del contrastante apoyo de algunos correligionarios populistas en América Latina— es este premio de vikingos bien portados a su némesis.
Pero regresemos al discurso de Machado.
Vale la pena reflexionar en este diagnóstico sobre la ilegitimidad (ya sabida) de la presidencia de Maduro:
“…Edmundo González ganó con el 67% de los votos, en cada Estado, ciudad y pueblo. Todas las actas contaban la misma historia. En cuestión de horas logramos digitalizarlas y publicarlas en una página web, para que el mundo entero pudiera verlas.
“La dictadura respondió aplicando el terror. Dos mil 500 personas fueron secuestradas, desaparecidas o torturadas. Marcaron sus casas, tomaron a familias enteras como rehenes. Sacerdotes, maestros, enfermeras, estudiantes: todos perseguidos por compartir un acta electoral. Crímenes de lesa humanidad, documentados por las Naciones Unidas; terrorismo de Estado, usado para enterrar la voluntad del pueblo.
“A más de 220 adolescentes detenidos tras las elecciones los electrocutaron, golpearon y asfixiaron hasta forzarlos a decir la mentira que el régimen necesitaba difundir: que habían sido pagados por mí para protestar. Mujeres y adolescentes encarceladas siguen hoy sometidas a esclavitud sexual, obligadas a soportar abusos a cambio de una visita familiar, una comida o el simple derecho a bañarse.
“Aun así, el pueblo venezolano no se rinde.
“Durante estos 16 meses en la clandestinidad hemos construido nuevas redes de presión cívica y de desobediencia disciplinada, preparándonos para una transición ordenada hacia la democracia.
“Así llegamos hasta el día de hoy, en el que resuena el clamor de millones de venezolanos que ya sienten cercana su libertad.
“Este premio tiene un significado profundo: le recuerda al mundo que la democracia es esencial para la paz. Y lo más importante, el principal aprendizaje que los venezolanos podemos compartir con el mundo es la lección forjada a través de este largo y difícil camino: si queremos tener democracia, debemos estar dispuestos a luchar por la libertad”.
Muchas personas no saben o no recuerdan por qué Corina Machado no se presentó a las elecciones y delegó en Edmundo la contienda contra Nicolás. Lo rememora así:
“Lo que comenzó como un mecanismo para legitimar liderazgos se transformó en el renacer de la confianza de un país en sí mismo. Ese día recibí un mandato, una responsabilidad que trascendía cualquier ambición personal. Entendí el profundo peso de la tarea que me había sido confiada.
“Pero el régimen, amenazado por esa verdad, me prohibió postularme a la presidencia. Fue un golpe duro, pero los mandatos no pertenecen a las personas, pertenecen al pueblo. Entonces salimos a buscar a quien pudiera tomar mi lugar.
“Edmundo González Urrutia, un diplomático sereno y valiente, dio un paso al frente. El régimen creyó que no representaba una amenaza. Subestimaron la determinación de millones de ciudadanos, una sociedad plural, que desde la riqueza de su diversidad se unió en torno a un propósito común. Comunidades, partidos políticos, sindicatos, estudiantes y sociedad civil trabajaron juntos para que se escuchara la voz de la nación”.
Muy pronto los fulgores del Premio Nobel de la paz (idéntico al de Henry Kissinger, por ejemplo) se extinguirán. El gobierno de Maduro se fortalecerá con las amenazas no cumplidas y la historia arrancará la hoja del calendario.
A no ser que...
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Los presidentes y los mundiales
Columna de opinión escrita por Pascal Beltrán del Río para el periódico Excélsior
Viernes 12 de diciembre de 2025
Pascal Beltrán del Río
La inauguración de una Copa del Mundo de la FIFA es, en esencia, un acto de Estado diseñado para proyectar una imagen de orden, prosperidad y capacidad institucional.
Hasta 1986, todas las ceremonias inaugurales tuvieron como protagonista infaltable al jefe de Estado del país organizador. Así fue, por ejemplo, en 1934, con Benito Mussolini; en 1966, con la reina Isabel II; en 1978, con el general Jorge Rafael Videla, y en 1982, con el rey Juan Carlos.
México hizo lo propio en los dos Campeonatos Mundiales que le tocó organizar en solitario, en 1970 y 1986. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido en el resto de las ceremonias inaugurales, las que se llevaron a cabo en la capital mexicana se convirtieron en momentos incómodos para el anfitrión, pues el Estadio Azteca —sede de ambas— se transformó, espontáneamente, en un tribunal cívico, en que el gobierno fue confrontado y juzgado directamente.
Los abucheos monumentales dirigidos a los presidentes Gustavo Díaz Ordaz, en 1970, y a Miguel de la Madrid, en 1986, no fueron meros incidentes de descortesía o de chunga, sino protestas políticas que delinearon el declive del gobernante Partido Revolucionario Institucional.
El primer gran repudio ocurrió el 31 de mayo de 1970. Ante un estadio lleno, Díaz Ordaz declaró solemnemente inaugurada la IX Copa del Mundo, un torneo por cuya organización México había peleado duramente y que se logró gracias a un intenso cabildeo encabezado por Guillermo Cañedo.
La respuesta al discurso presidencial fue un abucheo que resonó a nivel global. Este rechazo estaba indisolublemente ligado a la violencia de Estado ejercida dos años antes y que culminó con la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Aunque el gobierno había utilizado su vasta maquinaria propagandística para presentar una fachada de estabilidad y orden, el estigma de aquella represión seguía pesando sobre Díaz Ordaz, quien vivía los últimos meses de su sexenio.
Dieciséis años después, el rechazó se repitió. El 31 de mayo de 1986, el presidente Miguel de la Madrid también fue abucheado durante el discurso inaugural de la Copa del Mundo. Las causas del descontento habían cambiado, reflejando una nueva fase en la crisis del régimen: la condena era, sobre todo, por la incompetencia. México estaba sumido en una severa crisis económica, con devaluaciones extremas, pero el detonante del repudio fue la pésima respuesta del gobierno ante los sismos de septiembre de 1985.
Aquella silbatina fue tan potente que el discurso presidencial se volvió inaudible, siendo incluso más sonora que el de 1970. Lo más revelador de ese episodio fue el mecanismo de control implementado por el Estado ante el pánico de perder el control narrativo. La transmisión televisiva trató de camuflar lo sucedido, mediante una alteración del sonido ambiente, introduciendo aplausos donde sólo había rechifla, pero lo que ya era inocultable era la grieta entre la sociedad civil y el gobierno, que habían dejado los terremotos y las secuelas de la irresponsabilidad económica de los dos sexenios anteriores.
Esos malos antecedentes en México llevaron a la FIFA a desaconsejar la participación de los gobernantes, por temor a que su presencia ensuciara de nuevo el arranque del certamen. En Italia 1990, se hizo caso a la petición, pero desde entonces no han faltado los líderes que sí se han animado a hablar en las ceremonias inaugurales, pues la fuerza del reflector de un Mundial no es despreciable.
Así lo hizo, entre otros, el estadunidense Bill Clinton, a quien no le preocupó inaugurar el de 1994 en las escalinatas del Soldier Field, en Chicago, pese a que la oposición republicana estaba en vías de ganar las dos Cámaras del Congreso por primera vez en cuatro décadas, ni que a unos metros de él hubiera un aficionado alemán con el torso desnudo, quien incluso le dio una palmada en el hombro cuando bajaba hacia el podio.
Dentro de seis meses, cuando se inaugure el Mundial 2026 —nuevamente en el Azteca, rebautizado como Banorte—, la nota no será que abuchearon a la Presidenta de México, pues ella ya decidió que no estará presente.




















