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La forma de gobernar


Columna de opinión escrita por Raymundo Riva Palacio para el diario El Financiero


Viernes 31 de octubre de 2025

Raymundo Riva Palacio

Simón Levy, el empresario que trabajó en el gobierno de la Ciudad de México hace varios años, tiene dos órdenes de aprehensión: una por no acudir a audiencias para declarar sobre una acusación por presuntas violaciones en la construcción de un edificio, y otra por amenazas y daño doloso en propiedad ajena. Casos muy importantes para las personas afectadas y víctimas de los supuestos atropellos, pero de ninguna manera un asunto de Estado. Sin embargo, esta es la forma como el gobierno federal lo está tratando.


Los presuntos delitos en los que incurrió Levy son del ámbito local, y las afectaciones limitadas a las personas directamente relacionadas con la obra y los daños en la propiedad. No rebasaron ese ámbito de particulares ni hubo afectaciones para el resto de la sociedad. No obstante, durante dos días consecutivos, irrumpió en la jurisdicción local el gabinete de seguridad federal, para reforzar a la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México sobre su solicitud para que lo extraditen, y la presidenta Claudia Sheinbaum le dedicó largos minutos durante su conferencia matutina para decir lo mismo.


En la calle, mientras tanto, seguía la efervescencia social con bloqueos y toma de casetas que han afectado a cientos de personas directamente y a miles de manera indirecta.


Los piperos, que reclaman que el gobierno del Estado de México les impida robarse el agua, son atendidos no como delincuentes, sino como grupos de interés con quienes hay que negociar. Decenas de miles de personas en el Valle de México quedaron estranguladas en sus actividades cotidianas y en sus trabajos por los bloqueos que realizaron.


Las acciones disruptivas de campesinos en 22 estados que protestaban por los precios de garantía no se han quitado en su totalidad, argumentando que el acuerdo anunciado con la Secretaría de Agricultura fue una imposición.


Sigue supurando Tabasco y la mente no abandona lo que hizo el senador Adán Augusto López Hernández cuando era gobernador. Ayer se informó que Arturo Leyva, quien fue director de la Policía de Tabasco, fue detenido por ser “integrante de un grupo delictivo relacionado con extorsiones a comerciantes, secuestro, venta de drogas y homicidios” en ese estado, donde fue uno de los principales colaboradores de Hernán Bermúdez Requena, quien desde su cargo de secretario de Seguridad –nombrado por López Hernández–, fundó y dirigió el grupo criminal La Barredora, brazo del Cártel Jalisco Nueva Generación. La presidenta tiene el águila sobre el pecho y es la más poderosa en México, siempre y cuando de esta ecuación se excluya a Morena.


En Sinaloa, la guerra sigue. En Culiacán, epicentro de la guerra interna del Cártel de Sinaloa, una facción bombardea la capital histórica del narcotráfico en México, Badiraguato, la tierra de la familia de Joaquín El Chapo Guzmán, con explosivos transportados por drones; se dan enfrentamientos en la zona metropolitana, incendian casas de seguridad y los muertos continúan.


En Michoacán, los grupos criminales no respetaron los buenos oficios del gabinete de seguridad que viajó a Apatzingán para ver cómo le hacían para frenar el asesinato de limoneros y la extorsión de aguacateros, y siguieron extorsionando y matando.


La percepción de inseguridad de la población mayor de 18 años se disparó casi seis puntos, y llegó a 63% de los habitantes, que tienen miedo de vivir en sus propias ciudades, el punto más alto desde marzo de 2023. Se ha perdido toda la certidumbre para viajar de noche en carreteras por los asaltos, y para viajar de día, porque no se sabe cuándo una toma de casetas o un bloqueo carretero arruinará todos los planes. Hay ciudades donde el poder lo tienen los criminales y los gobiernos, en sus tres niveles, no existen.


El gobierno de Donald Trump sigue pegándole en la cabeza a México: cancela vuelos actuales y amenaza con futuros desde el aeropuerto de la venganza, el Felipe Ángeles, en la base de la Fuerza Aérea en Santa Lucía, y poco después de que Sheinbaum aseguró, como respuesta, que México no era una piñata, el Pentágono asesina a cuatro personas más en otra embarcación donde dice que llevaban drogas, que navegaba en el Océano Pacífico desde las costas sudamericanas, cuyo destino siempre son las tierras mexicanas. La frontera sigue cerrada al ganado exportado desde México, y Trump continúa pactando acuerdos comerciales, pero con el gobierno de Sheinbaum no concreta nada.


La economía se veía mal, pero hoy pinta peor. El INEGI reportó ayer que la caída de la actividad industrial en el tercer trimestre del año arrastró al PIB, que se situó en 0.5%, cayendo por primera vez en 2025. No es que estuviera bien, pero el deterioro es mayor de lo que esperaba la Secretaría de Hacienda, que previó un crecimiento de 1.5% para este año, lo que es prácticamente imposible.


La economía está estancada y aumentan los riesgos de una recesión. Lo agrava la incertidumbre por el acuerdo comercial y que las promesas de inversión sean sólo palabras, mientras que los hechos sobre desindustrialización sean concretos, como la escasez de semiconductores que amenaza la cadena de suministro de la industria automotriz, que alcanzó esta semana a Honda, porque la reactivación planteada por Sheinbaum no está dando resultados.


El porvenir se ve aciago, pero las mañaneras del pueblo, como rebautizó Sheinbaum el espacio de gobierno heredado e impuesto por López Obrador, se ha vuelto, como antaño, una carpa donde se habla de todo y de nada. Sobre todo esto último, la insólita conversación catapultada por ella misma sobre Simón Levy. Es la forma de gobernar: esconder ante su base la realidad en el país, disparando verdades, mentiras, puyas y realidades alternas que son magnificadas por sus plumas en los medios y las granjas en las redes.


Sheinbaum acompaña esta estrategia con la administración de expectativas, que es el ABC del gobernante. El problema es que para que no sea un ciclo de corto plazo tiene que dar resultados. Pero en un año no ha tenido logros reales. Ha navegado de manera inercial y reactiva. Su popularidad es robusta, pero su gestión mediocre. El aparato de propaganda no ha logrado que, pese al silencio en Palacio Nacional, los temas del México profundo sigan cada mañana al pie de su cama.



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Ojos rojos


Columna de opinión escrita por ​Juan Villoro para el diario Reforma


Viernes 31 de octubre de 2025


Juan Villoro

Vivimos ante el enorme desafío de salir bien en las fotos. Hay personas que gozan de una indescifrable fotogenia y mejoran ante la cámara; sin embargo, la inmensa mayoría es captada de modo inconveniente: o falta pelo o sobra papada.


Ha obtenido el Premio Herralde por su novela El testigo, el Internacional de Periodismo Vázquez Montalbán por su libro sobre futbol Dios es redondo y el Iberoamericano José Donoso por el conjunto de su obra. Ha sido profesor en la UNAM, Yale, Princeton y la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Entre sus libros para niños destaca El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica.


A principios del siglo XX, las familias posaban en estudios con ropas de domingo. Nadie sonreía entonces. Sólo después de la Segunda Guerra Mundial se popularizó la cultura de la risa, influida por el avance de la odontología y la publicidad de las pastas de dientes. La llegada del color hizo que la foto en blanco y negro tratara de resistir con una curiosa alteración: el retoque. Un pincel enfatizaba el carmín de los labios, el rosicler de las mejillas y el negro de las cejas. Esa honesta falsificación, antecedente del Photoshop, multiplicaba las caras de ángel.


En los años sesenta, la instamátic convirtió a cualquiera en fotógrafo. Las familias atraparon escenas cotidianas que se suelen perder en las mudanzas y en ocasiones reaparecen como baratijas en el mercado de las pulgas. Por último, los teléfonos celulares lograron que las fotos se convirtieran en un requisito para la existencia: hoy en día sólo sucede lo que se retrata. Cuando las niñas actuales sean abuelas, abrumarán a sus nietas mostrando un millón de imágenes de su juventud.


Total que la gente se ha retratado de muy distintos modos, pero casi siempre ha tenido la desgracia de verse cachetona.


Menciono esto porque estamos en temporada de fotografías. Septiembre es el mes de la patria y octubre el del recuerdo. En vísperas del Día de Muertos se buscan retratos para poner en el altar de los difuntos. De paso, aprovechamos para ver cómo éramos entonces. El escalofrío de Halloween comienza al contemplar las patillas, la camisa roja con motas negras y el pantalón de pata de elefante con el que fuimos a una boda.


Las imágenes del Día de Todas las Almas demuestran que nuestra ropa ha mejorado y nosotros hemos empeorado. También aportan datos sobre las transformaciones de la representación humana.


Durante una etapa decisiva, la humanidad fue una especie que podía salir con los ojos rojos. La fotografía con flash nos convertía en conejos deslumbrados. Esto empeoraba al ver directamente a la cámara. El exceso de luz resaltaba los vasos sanguíneos en los ojos.


Pensé en esto cuando mi amiga Beatriz, que acaba de revisar cientos de fotografías para su altar, dijo con sorpresiva tristeza: "Nací en la época equivocada". Recordé los años en que despertaba suspiros en la Universidad. Nadie dudaba de su belleza, pero, según me explicó, no hubo modo de captarla. En todas las fotos en las que salía de veras bien tenía los ojos rojos, y es que su mejor expresión era fiel a su carácter de encarar las cosas de frente.


El comentario me sorprendió porque Beatriz rara vez habla de sí misma y no le conozco ninguna de las variantes asociadas con el narcisismo. Como era de esperarse, en realidad quería hablar de otra cosa. Después de la Universidad compartió departamento con una amiga del alma que se convertiría en su peor pesadilla. Fue ella quien tomó las fotos en las que aparecía con ojos rojos. Y no sólo eso: un 2 de noviembre organizó una fiesta de disfraces y, con el pretexto de no saber de quién se trataba, acabó besando a un Diablo que por entonces era el novio de Beatriz. Fue una traición de manual. De nada sirvió que su roomie quisiera mitigarla alegando que había abusado del ponche con tejocotes porque estaba demasiado rico. Beatriz perdió a una amiga y constató lo evidente: ese Diablo no valía el esfuerzo.


No me enteré de eso en su momento porque vivía fuera de México. Cuando volví, el tema había dejado de importarle a Beatriz. Pero los años regresan como las mareas, trayendo cosas olvidadas. Al revisar sus fotos, mi amiga descubrió que le quedan tres de su antiguo novio (su roomie se llevó las demás al ser corrida del departamento). "En todas, él tiene los ojos rojos", se quejó: "Pero se ve mejor así, como un vampiro a punto de atacar. Lo injusto es que yo tenga los ojos rojos".


Hubo un tiempo en que la gente quiso captar momentos inolvidables y sólo logró demostrar que llevamos sangre en la mirada. Entendí la melancolía de mi amiga. A la distancia, esos retratos revelan que no disponíamos de la tecnología adecuada, pero sobre todo, que también nuestra felicidad era imperfecta.    



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