Primer año que parecen cinco
- Noticias Cabo Mil

- 1 oct
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Columna de opinión escrita por Raymundo Riva Palacio para el diario El Financiero
Miércoles 1 de octubre de 2025
Raymundo Riva Palacio
Ahora sí, Claudia Sheinbaum cumple hoy un año en la Presidencia. No parecen 365 días, sino una eternidad. Heredó el peso de la ‘cuatroté’, a un expresidente que no se ve pero se siente, una economía maltrecha, un país a merced de los cárteles que no ha podido contener ni frenar con su nueva estrategia, una guerra entre criminales en Culiacán y la implosión en Morena por la corrupción y sus vínculos con el crimen organizado. Sheinbaum ha podido ver muy poco hacia delante, porque trae sobre la espalda muchos encargos del pasado, que le impiden volar libremente y construir su sexenio.
Son tantos los problemas que le dejó Andrés Manuel López Obrador y se agregan la runfla de sus cercanos, con excesos que lastiman al expresidente y la golpean a ella, que Sheinbaum ha tenido como una alta prioridad en este primer año evitar que la imagen de su mentor sea ultrajada por las revelaciones de las chapucerías de sus hijos mayores y de sus más cercanos. Sheinbaum no tiene todavía el poder que debería ejercer, y tiene que comerse sapos para mantener la cohesión del movimiento y la gobernabilidad. Pero será cuestión de semanas, estiman sus cercanos, que esperan que enero les traiga, en muchos sentidos, un nuevo día.
La presidenta gobierna en el filo de la navaja. En un extremo, la necesidad de mostrar que tiene un liderazgo propio, distinto, técnico y sereno. En el otro, la obligación de rendir tributo al hombre que la llevó al poder y que, aunque oficialmente retirado, no ha dejado de influir en cada respiro de la política nacional. El expresidente no está en Palacio Nacional, pero su sombra sí. Se filtra en las mañaneras, en los discursos y declaraciones, en los programas sociales y en la obediencia reverencial de gobernadores, legisladores y líderes de Morena que responden más al fundador de la ‘cuatroté’ que a la presidenta.
Sheinbaum se sienta en la silla de Palacio Nacional que aún cruje con el peso de su antecesor. El equilibrio es de acróbata. Si Sheinbaum se inclina demasiado hacia la continuidad, corre el riesgo de ser vista como la administradora de un legado ajeno, una encargada que sólo sostiene lo que otros construyeron. Si, por el contrario, intenta imponer un sello propio con demasiada fuerza, puede romper el delicado pacto con el obradorismo duro, que aún controla estructuras políticas, presupuestos y lealtades.
La dicotomía le causa sabores agridulces. En la última encuesta mensual que publicó EL FINANCIERO estable en su aprobación, con un poderosísimo 73% de aceptación, cinco puntos mejor de lo que alcanzó López Obrador en su primer año de gobierno. El jefe de encuestas del diario, Alejandro Moreno, explicó que el “factor clave” para mantener ese nivel fue su desempeño durante la ceremonia de El Grito, donde Sheinbaum, en efecto, hizo una conmemoración republicana e incluyente, contra las frivolidades y ocurrencias, las exclusiones y su ausencia de la falta de visión de Estado de su antecesor.
No obstante, las herencias de López Obrador han cobrado facturas. La gente ya empezó a sentir el impacto de la mala economía que le dejó, lo cual produjo una caída de cinco puntos en sólo un mes sobre cómo la está manejando, y una caída drástica en la aprobación (53%) contra la que tenía en abril (74%). La corrupción que explotó en las entrañas del régimen en el último mes aumentó sus negativos en 19% en 30 días, reprobando el 75% de los mexicanos la manera en que está lidiando con ella. Es similar el tema de la seguridad, pese a los anuncios diarios de lo bien, afirman sus voceros, que lo están haciendo: 54% dice que lo está haciendo mal, y 74% considera que el gran ganador es el crimen organizado.
En su primer año, Sheinbaum endureció el régimen y lo llevó al ideal que siempre quiso López Obrador: una economía centralizada, un poder vertical sin contrapesos, un Poder Judicial a modo, un Legislativo sometido y la militarización de la seguridad, algo que sólo hacen los gobiernos de derecha en el mundo, que sigue intacta. Pero al mismo tiempo busca diferenciarse en el lenguaje: habla de medio ambiente, de mujeres, inversión privada y de transición tecnológica, que son temas que López Obrador nunca priorizó. No es ruptura, sino matices; no es una contrarrevolución, sino gestos calculados.
Sheinbaum está convencida ideológicamente de que el proyecto de López Obrador es el correcto, por lo que su frase de “poner el segundo piso a la transformación” no es algo para tomar como un guiño a su mentor o propaganda. La presidenta cree ciegamente en él, aunque, al mismo tiempo, el verdadero desafío que tiene para poder gobernar e ir construyendo el país que quiere heredar es que López Obrador no ha desaparecido. Habla con ella de manera regular, personal y telefónicamente, envía mensajes, se hace presente. No gobierna, pero tampoco se ha ido. Mientras su sombra persista de forma tan extensa, el margen de maniobra de Sheinbaum será limitado, con la espada de Damocles de la revocación de mandato en 2027.
Gobernar bajo la sombra del antecesor es gobernar a medias. El poder no se comparte, porque no es poder, pero es su realidad. No puede sacudírselo. El desgaste que le produce la permanencia del senador Adán Augusto López como jefe de la bancada de Morena, al que no puede destituir, es el último ejemplo. Tener a cinco leales a su mentor, no a ella, dentro de las seis carteras estratégicas del gabinete, es otro. El primer año de Sheinbaum ha sido, en este sentido, un acto de equilibrio constante, un juego de funambulista donde cada movimiento está condicionado por el miedo a incomodarlo, a darle municiones a sus adversarios o a caer en el abismo de la confrontación con quien sigue siendo el verdadero jefe político del movimiento.
Ese es el dilema de Sheinbaum al comenzar su segundo año de gobierno. O se atreve a caminar bajo el sol, con todos los costos que eso implica, o seguirá moviéndose en la penumbra de una sombra que no es la suya. El equilibrio puede darle oxígeno, pero terminará sin respirar. Puede darle tiempo, pero no destino.
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Solo sacudirse a AMLO no
detendría la demolición
Columna de opinión escrita por José Carreño Carlón para el diario El niversal
Miércoles 1 de octubre de 2025
José Carreño Carlón
Aniversario, apuestas, opciones críticas. Hoy empieza el segundo año en Palacio de la presidenta Sheinbaum. Arranca con festejos de encuestas y comentarios favorables al cierre del primero. Bien. Pero en la esfera pública siguen las apuestas entre quienes creen que finalmente se sacudirá la presidenta la pesada carga de AMLO y quienes no lo creen. La mayoría coincide en que, en su primer año, mostró al menos un rasgo diferencial valioso respecto de su antecesor: el combate a los cárteles del crimen, en impune expansión hasta antes de su llegada. Y aquí se dobla la apuesta en torno al esperado destape de una carta que despejaría el resultado de la apuesta anterior. Es entre quienes van por la inminencia de la caída del líder de los senadores oficialistas –tocado por evidencias de faltas graves e indicios de acciones peores– y quienes –mayoritariamente– muestran su escepticismo y prevén que lo seguirá sosteniendo allí la fuerza de López Obrador sobre Sheinbaum. Pero las apuestas que dominan la conversación pública se traducen para la Presidenta en opciones críticas e ingentes.
Al filo de la crisis. Las tensiones entre los engranes del gran engranaje del poder construido por AMLO llegan al filo de la crisis. Las ilustra bien la cabeza principal de ayer de nuestro diario: Sheinbaum: no hay fuego amigo; Adán: sé quién es. Y las confirma la rara coincidencia con la prensa independiente de la prensa adicta al régimen, en sus descargas de datos (oficiales) condenatorios del todavía senador. El resultado es la percepción extendida de una real o supuesta resistencia de AMLO a perder una pieza en la composición del poder: una pieza, por lo demás, vulnerada al grado de volverse insostenible, como es el caso del senador Adán Augusto López. Y esto eleva los costos del cualquier desenlace de entre los que tendrá que optar la Presidenta.
La doble trampa. Una doble trampa se configura para la Presidenta con la combinación, por un lado, de un escenario de permanencia e impunidad del senador, con el efecto de lesionar sin remedio el liderazgo y la Presidencia misma de Sheinbaum en los siguientes cinco años. Perdería autoridad en la sociedad, en el grupo en el poder y en un Washington ávido de presas que confirmen su diagnóstico –refrendado por los escándalos más recientes– de zonas del poder público mexicano tomadas por los cárteles. Pero, por otro lado, la remoción y el eventual enjuiciamiento del senador podría costarle a la Presidenta el endurecimiento de las zonas del Estado controladas por López Obrador. Y aquí aparecería –remota, pero no improbable— la posibilidad de amagos de revocación de mandato activados desde enclaves de poder y las clientelas de AMLO.
Un escenario (relativamente) mejor. Y está, por supuesto, el (relativamente) mejor de los escenarios. Reforzada con la (auto) liquidación de la quimera de una sucesión dinástica para 2030, a partir de la ahora fallida inserción de un hijo de AMLO en los controles del partido oficial, la remoción pactada —o acatada— de Adán Augusto López, afirmaría la percepción de un triunfo de la institución presidencial sobre la de un poder tras el trono.
A menos que… Pero, si bien, tras sacudirse a AMLO, la Presidenta podría ir desarraigando del Estado la incompetencia y el crimen, ello no detendría por sí la demolición institucional de la que ella ha participado. Ni desbloquearía el crecimiento económico generado por el catecismo ideológico que comparte con AMLO. Ni atenuaría el poder absoluto que contribuyó a concentrar. A menos que en su primer año haya entendido los riesgos de gobernar sin contrapesos, de sofocar la pluralidad política, de empecinarse en recetas económicas reprobadas y de querer controlar con la sola voluntad personal todas las variables en un tiempo y un país de la complejidad presente.
























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