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El poder de la atención


Columna de opinión escrita por Ricardo Raphael para el diario Milenio


Lunes 22 de diciembre de 2025


Ricardo Raphael

El éxito en la vocación política hoy depende de una habilidad que antes era menos relevante: destreza para competir en el terreno de la economía de la atención.


Se atribuye al político mexicano Carlos Hank González la sentencia que dice “político pobre, pobre político.” Podría actualizarse para advertir que un político sin capacidad sobresaliente para llamar la atención no es político.


Ya no se trata sólo de contar con recursos económicos para darse a conocer y ganar el voto, además hay volverse viral el mayor número de veces.


En la edición de ayer, el New York Times publicó una nota sobre la cantidad de escándalos que Donald Trump ha proporcionado a la economía de la atención durante los 329 días que van de su segunda presidencia: al menos uno por día.


Los temas importan únicamente por su potencia para lograr que se hable de ellos. Entre los más destacados estuvieron el regaño que puso al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, el discurso beligerante que dio en la ONU contra la propia ONU, la designación de los cárteles de la droga como organizaciones terroristas, o más recientemente el haber nombrado al fentanilo un arma de destrucción masiva.


Mientras más polémico haya sido el exabrupto, mayor ganancia obtuvo en una economía donde la atención es un bien escaso y por tanto muy valorado.


Pelean también este tesoro la publicidad, las noticias, los medios de comunicación, el comercio electrónico, los servicios digitales y la inteligencia artificial. Así como en la actividad empresarial quien atrapa la atención consigue riqueza, en la política lo que se obtiene son votos y por tanto poder.


La atención es poder y por eso la política se rige cada vez más por las reglas del espectáculo.


Trump da lecciones a la hora de explicar este fenómeno, pero hay otros; Zelenski, por ejemplo, que ha logrado prevalecer en la guerra entre Ucrania y Rusia por sus dotes de actor de televisión. Lo mismo podría decirse de Zohran Mamdani, el futuro alcalde de Nueva York, quien pasó de tener el uno por ciento de las preferencias a quedarse con el cargo porque fue capaz, sin dinero, de llamar la atención gracias a que se estrenó en las redes sociales como rapero.


Zoom: estamos entrando en una era donde más que por su ideología o su propuesta política, quien consiga el poder será aquella persona performáticamente mejor dotada para robarse la atención, durante el mayor tiempo posible.




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Volver a la Luna (I)


Columna de opinión escrita por Pascal Beltrán del Río para el periódico Excélsior


Lunes 22 de diciembre de 2025


Pascal Beltrán del Río

Hay noticias que no sólo informan: despiertan memoria, emoción y expectativa. La misión Artemis II pertenece a esa rara estirpe. Cuando la nave Orión emprenda su viaje alrededor de la Luna —dentro de unas cuantas semanas o en pocos meses, y tan pronto como el 5 de febrero de 2026—, lo hará con una carga simbólica que va mucho más allá de sus sistemas de navegación o de la potencia del cohete que la impulsará. Será la primera órbita lunar de una nave tripulada en más de medio siglo, un hecho que conecta de manera directa con la época en que la humanidad aprendió, por primera vez, a salir de su cuna planetaria.


La tripulación que llevará esa promesa está compuesta por Reid Wiseman, comandante de la misión; Victor J. Glover, piloto; Christina Koch, especialista de misión, y Jeremy Hansen, astronauta canadiense y también especialista de misión. Cuatro personas, con trayectorias profesionales distintas, unidas por un mismo objetivo: probar, en condiciones reales, que el ser humano está listo para volver a aventurarse en el espacio profundo. No descenderán a la superficie lunar; no plantarán banderas ni recolectarán rocas. Su misión de diez días es, justamente por eso, fundamental: demostrar que el camino está despejado para regresar a la Luna.


Artemis II es un viaje de preparación, una etapa imprescindible antes del alunizaje que vendrá después. En ella se pondrán a prueba los sistemas de soporte vital, las comunicaciones a gran distancia, los procedimientos de emergencia y la convivencia humana en un entorno que no perdona errores. Todo esto ocurrirá a bordo de Orión, la nave más avanzada que ha construido la NASA para vuelos tripulados más allá de la órbita terrestre baja. No se trata de una cápsula pensada para excursiones cortas: es un vehículo diseñado para resistir el calor extremo del reingreso, proteger a su tripulación de la radiación y operar durante días en el espacio profundo.


El impulso inicial lo proporcionará el Space Launch System, el cohete más potente en servicio en la actualidad. El SLS es, en muchos sentidos, heredero de los gigantes del pasado —como el Saturno V, del programa Apolo—, pero también un producto de su tiempo: combina décadas de experiencia con tecnologías modernas, y simboliza la decisión política y científica de volver a apostar por la exploración humana. No se trata sólo de llegar lejos, sino de hacerlo con seguridad, repetibilidad y visión de largo plazo.


Para entender la magnitud de Artemis II conviene mirar hacia atrás. El programa Apolo no fue sólo una hazaña técnica; fue una demostración de lo que la humanidad puede lograr cuando decide apostar por la ciencia y la cooperación interdisciplinaria. Entre 1969 y 1972, las misiones Apolo llevaron a 12 seres humanos a caminar sobre la superficie lunar. Aquellos viajes produjeron una revolución en nuestro conocimiento del origen de la Luna, de la historia temprana del sistema solar y de los procesos geológicos que moldean los planetas.


Las muestras traídas por los astronautas del Apolo permitieron establecer que la Luna y la Tierra están íntimamente relacionadas, probablemente como resultado de un gran impacto en los albores del sistema solar. Se refinaron métodos de datación, se desarrollaron instrumentos científicos cada vez más precisos y se fortaleció la geología planetaria como disciplina. Además, muchas de las tecnologías que hoy forman parte de la vida cotidiana —desde materiales resistentes al calor hasta sistemas de miniaturización electrónica, pasando por avances en telecomunicaciones y gestión de proyectos complejos— tuvieron su impulso decisivo en aquella aventura lunar.


Quienes vivimos como niños aquellos alunizajes recordamos con nitidez el momento en que el mundo parecía detenerse para mirar una pantalla en blanco y negro. Recordamos la voz entrecortada por la distancia, el polvo levantándose bajo las botas, la certeza de estar presenciando algo irrepetible. Artemis II promete traer de vuelta ese cosquilleo, esa sensación de que la humanidad, a pesar de sus conflictos y limitaciones, es capaz de hacer cosas extraordinarias cuando se lo propone. Para muchos, será un viaje a la memoria; para otros, la primera vez que la Luna deje de ser sólo una imagen y vuelva a convertirse en destino.



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