La izquierda y la realidad del mercado.
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Columna de opinión escrita por Jorge Castañeda para el diario El Universal
Miércoles 26 de noviembre de 2025
Jorge Castañeda
Cada vez leo con mayor frecuencia comentarios de columnistas, economistas o analistas en general, cercanos a la 4T, y que manifiestan dudas sobre la viabilidad de lo que generosamente se podría llamar la estrategia económica, política y social del actual gobierno. Son autores inteligentes, con conocimiento de los temas que abordan, y fuertemente simpatizantes del gobierno anterior y de este mismo, y a la vez presos de un persistente desconcierto. Me refiero a gente como Jorge Zepeda Patterson, Carlos Pérez Ricart, Gerardo Esquivel y varios más. Guardo la impresión de que consideran a la vez indispensable la reconciliación de la 4T con el empresariado nacional y extranjero, y difícil, si no imposible, construir las condiciones políticas e incluso ideológico-retóricas para ello.
Entienden todos, como medio México, que la economía no crece, y que no crecerá porque la inversión no crece. La reticencia de los sectores de negocios nacionales e internacionales para comprometer nuevas inversiones y nuevos proyectos en México proviene de las reformas que se han realizado, o que están en puerta, del comportamiento del gobierno anterior y del actual, y del discurso presidencial que inevitablemente polariza, antagoniza, y en algunos casos hostiliza a empresarios y magnates, o a personalidades de la clase política o del mundo intelectual que de alguna manera conforman en términos muy etéreos lo que se puede llamar oposición.
En un mundo ideal, Claudia Sheinbaum podría contentar a su base —social, activista, “intelectual”— y al mismo tiempo ofrecerle a lo que antes se llamaba el capital o ahora se suele describir como los mercados, una política económica, regulatoria, fiscal, salarial e internacional que los mantuviera en la tranquilidad y la predisposición a invertir. Ese mundo ideal no parece ser alcanzable en el México de hoy. Ya se vio con López Obrador que invitar a los empresarios a Palacio, colectivamente o uno por uno, y hablarles bonito no basta para que inviertan. A Sheinbaum le sucede lo mismo. No obstante, la necesidad de convencerlos se vuelve más imperiosa, ya que resulta cada vez más evidente que la política social del régimen dejará de ser sostenible en algún momento si la economía no crece.
Este dilema no es privativo de México, ni del momento actual. Gobiernos que se presumían de izquierda en Europa durante los años ochenta —Mitterrand, Felipe González, parte del laborismo de Tony Blair, Mário Soares en Portugal— tuvieron tarde o temprano que optar entre complacer a su electorado, a sus militantes, a sus simpatizantes académico-periodísticos, o plegarse ante las realidades del mercado, de las restricciones europeas, o de la fuerza de sus empresariados.
En América Latina, desde principios de este siglo, se han producido procesos análogos. Gobiernos electos por votantes de izquierda, con una plataforma de izquierda, llegaron al poder y rápidamente se enfrentaron con resistencias agudas ante sus aspiraciones. Unos se plegaron a las realidades del mercado, del capitalismo, del empresariado, del entorno internacional: Lula en Brasil, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en Chile, el Frente Amplio en Uruguay, por ejemplo. Otros decidieron ir en contra de todas estas resistencias: Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, el peronismo, y en alguna medida Evo Morales en Bolivia.
Ninguna de estas vías fue perfecta. Pero la más prudente resultó ser más congruente con los verdaderos anhelos de los electorados y los gobernantes que la más radical. Es obvio que esta disyuntiva existe hoy en México también. No porque el gobierno de Sheinbaum ponga en práctica medidas expropiatorias o excesivas en materia salarial o fiscal, por ejemplo, pero sí porque su retórica, sus alianzas, sus reformas judicial, electoral, del amparo, etcétera, hostilizan de manera significativa a esos llamados mercados, o al capital, o a los empresarios. No sé cuándo llegue el punto de inflexión en esta tensión general, pero no puede tardar demasiado.
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La soledad de Palacio
Columna de opinión escrita por Gabriela Warkentin para el diario Reforma
Miércoles 26 de noviembre de 2025
Gabriela Warkentin
La Presidenta tenía tres caminos ante las protestas de las últimas semanas: ignorarlas, escucharlas o atacarlas.
Eligió el tercero.
Y esa elección revela también un estado de ánimo político. Algo vio, a alguien escuchó o ante algo se sobresaltó, pero frente a semanas turbulentas, Claudia Sheinbaum optó por endurecerse, descalificar el descontento y atrincherarse en una narrativa de combate. Apostó, asimismo, por construir un enemigo externo aún amorfo, que acaso cohesione al movimiento. Solo que toda esta dinámica de confrontación cancela cualquier interlocución con los sectores sociales que sí se sienten agraviados y que merecerían una mirada de empatía que sume.
Entre ignorar, escuchar o atacar, la Presidenta eligió atacar.
Estas semanas no llegaron en un vacío. El asesinato de Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, fue la inflexión más evidente para la irrupción opositora, pero no el único golpe al ya frágil control del relato gubernamental. Analistas de las conversaciones digitales señalan tres momentos que han debilitado la narrativa oficial en 2025: los escándalos vinculados a Adán Augusto López y la Barredora; la brutalidad revelada en el rancho Izaguirre de Teuchitlán, Jalisco; y, finalmente, el asesinato de Manzo. Este último desbordó todo: superó en horas y en volumen el impacto digital de los otros dos episodios y evidenció la dificultad del gobierno para sostener un relato de mínima estabilidad.
Ante todo esto, una esperaría que desde el gobierno viniera la pregunta, aunque sea interna, de por qué estos sucesos fueron tan explosivos para una opinión pública normalmente menos movilizada. Y se esperaría, entonces, el reconocimiento de que uno de los casos prendió el dolor de la corrupción y el favoritismo político; el otro, el dolor de las desapariciones, la impunidad y el contubernio político-criminal; y el tercero, el dolor de vivir en inseguridad y orfandad ante lo que se percibe como abandono por un Estado rebasado. En esencia, los tres momentos suman al profundo malestar social por agravios añejos y presentes. Una pensaría, por lo mismo, que tras el diagnóstico vendrían acciones de diálogo para ir tendiendo puentes y, así, abrir espacios de encuentro entre los diversos.
Pero eso no sucedió.
La respuesta elegida fue atacar, deslegitimar y dedicarse a construir enemigos.
Cuando fue la elección judicial, desde Palacio Nacional se burlaron porque el (muy bajo) porcentaje de participación fue mayor a los votos que obtuvieron los partidos de oposición en la elección del 24. Hoy, desde Palacio Nacional se afirma que los partidos de oposición son tan fuertes que convocan marchas (como la de la GenZ), organizan bloqueos (como los de transportistas y agricultores) y activan protestas (como las posteriores al asesinato de Manzo). La Presidenta dice que con ella llegaron todas las mujeres; ayer 25N, día internacional para combatir la violencia contra las mujeres, el Zócalo protegido con vallas y bloques de concreto para que "las marchas no se salgan de control". Y el oficialismo más recalcitrante, ese al que parece estarle haciendo caso la Presidenta, construye hoy un enemigo común que tiene cara de empresario, cuerpo de una extrema derecha aún por definirse y mirada de todos aquellos que son sospechosos por pensar diferente. Desde la narrativa de Palacio Nacional, todos los que se movilizan son títeres del PRIAN o esbirros de Salinas Pliego. Y quienes más celebran son el PRIAN, Salinas Pliego y la extrema derecha, porque la mirada de la Presidenta les confirió una estatura que solos no tenían.
Algunos colegas del gremio periodístico dicen, cuando se les cuestiona por qué juegan también a la estridencia y a la polarización, que lo suyo no es abonar al nosotros. Y pienso, mientras esto escribo, que la Presidenta y su círculo en realidad tampoco le apuestan al nosotros. Tal vez porque están demasiado solos, tal vez porque están demasiado acorralados por los desbordados de su propio movimiento, tal vez porque no saben hacia dónde hacerse. Pero lo único cierto para los tiempos que corren es que cuando tuvo la elección, la Presidenta optó por endurecerse, atacar y cerrar la posibilidad de una empatía social más incluyente que reconociera los auténticos agravios que hoy padecen quienes genuinamente comienzan a levantar la voz.


























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